“No hay libros huérfanos o autores huérfanos” se nos ha dicho en clase. En la literatura como en otras artes, la presencia de autores mayores y de épocas anteriores son clave para el progreso literario, cada gran autor no ha surgido de la nada, la fuente de inspiración literaria ha tenido sus dioses y musas que han brindado un hálito de inspiración. Como Dante guiado por Virgilio, el autor es guiado conscientemente o inconscientemente por el sin fin de autores que ha construido en su mundo aquella fuente de inspiración.
Es un laberinto de emociones y saberes que se mezclan como aquella receta que permite encontrar a través de las diferentes formas, texturas, colores, técnicas y estructuras de creación, que recorren los laberintos y manos de quien se vuelve un artesano literario. No se puede negar que en algunos casos si no se hace de forma correcta, se puede caer en un pastiche sin retorno, por lo tanto existe una necesidad que conlleva a cometer asesinato.
“Matar a los padres” aquella figura metafórica acuñada por Freud y que autores como Roberto Bolaño intentaron hacer con movimientos como el infrarrealismo, que promulgan consignas como: “Déjenlo todo, nuevamente láncense a los caminos.” Aquel movimiento que se encargaba de sabotear autores predominantes como Octavio Paz.
Y sí, ¿por qué no? hay que tener rebeldía con los padres, no todo puede ser admiración y respeto. A ellos también se les aborrece y se les odia y para esto utilizaré una frase de David Cooper que dice: “La prohibición implícita de experimentar la propia soledad en el mundo”, esto nos dice que hay que soltarnos de la mano de aquel “padre”, abrirse camino por sí mismo y equivocarse si es preciso; la creación es un proceso íntimo, que no permite ser el remedo del otro, sin importar que tanto nos ha enseñado, se debe superar al maestro, pero de ser preciso hay que eliminarlo con talento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario