La muerte de la mariposa

Atardeceres precoces.

sábado, 16 de febrero de 2019

Un recuerdo maldito





Llevo dos años intentando borrar un recuerdo maldito, llevo dos años pensando que aquel hombre fue el primero y el último que realmente alimentó mi espíritu sensual y vulgar.

Una sonrisa endemoniada, acompañada de dos copas de vino, tres copas de vino...una caminata después del baile acalorado en el bar de aquel curioso nombre "Los Esclavos Perdidos" donde tú y yo nos encontramos en un frenesí nocturno de besos y la luna roja fue cómplice del combate placentero de dos cuerpos que se saben libres, jóvenes y desbordantes de un libido infinito.


Dos años en los que prendo un cigarrillo para astiarme de ese sabor de tus besos inexistentes. Es tan difícil rememorar algo que el paso del tiempo intenta ocultar. Esta es una batalla perdida en la que se me hace preciso odiar.

Amarte se convirtió en mi dolor de huesos, lo supe desde que te vi. Lo sabía, pero, ¡CARAJO! la terquedad me marcó el camino y aún así contigo aposté a perder.
Hoy con el dolor guardado, respiro, te pienso y la escritura es el único camino que tengo para retornar a casa y olvidar que te necesito, que quisiera verte, así sea por última vez y pedirte que mueras, para yo poder vivir.


En las madrugadas lloró, oculta en el infinito, sin que nadie me pueda escuchar. Contemplar cada detalle de lo vivido, es una obsesión, que me llega, un deseo ahogado de que él logre hacer lo que yo no haré, eso de enfrentarme a una búsqueda misericordiosa por su ser.


Me digo que no puedo, no debo, no sería justo perderme nuevamente en el desconcierto de vivir con las migajas que su alma me ofrece, pero que su cuerpo hipócritamente convierte en un banquete.


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