La educación en cualquier país puede ser planteada como una prioridad, fundamento social y pilar del crecimiento. La educación se presupone como el eje del desarrollo y progreso de un pueblo, pero ¿Qué sucede cuando esto solamente queda en el papel? ¿Qué sucede cuando los gobernantes antes de ser elegidos prometen en base a la educación y apenas cumplen sus ideales de poder, rápidamente amainan las ideas educativas que los llevaron hasta ahí?.
Para responder estas preguntas sólo es necesario leer la constitución política de Colombia, aquél libro lejano que la sociedad colombiana desconoce y en el que únicamente estudiantes, académicos y uno que otro interesado manosea ocasionalmente, en él solamente se ve un pequeño espacio dedicada a la educación, pero este no es el problema ya que en este pequeño fragmento se plantea la educación como derecho, servicio público con función social, se nos dice que en las instituciones de estado la educación será completamente gratuita y que el estado, la sociedad y la familia son responsables de la educación, pero efectivamente se ha quedado en el papel, los esfuerzos son mínimos la traducción de esto se ha entendido como un mal negocio familiar o mejor aún como un gran banquete en el que cada uno quiere su tajada y para el pueblo únicamente quedan las migajas.
Un ejemplo claro de un gobernante que miente en torno a la educación definitivamente es el expresidente Santos “varias ilusiones frustradas caracterizan la gestión, en educación superior, del presidente Juan Manuel Santos, en los ocho años de su gobierno, con sus ministras, María Fernanda Campo, Gina Parodi Y Yaneth Giha. Con ellas pudo distraer la opinión pública, esperanzada en proyectos y promesas que no se concretaron”(1). Poniéndolo de otro modo es como cuando un novio le susurra despacito y al oído palabras románticas a su enamorada para que esta caiga rendida a sus pies y lograr de ella lo que se propone. Así es la sociedad colombiana una románticona impedida, incapaz de ver las intenciones de fondo tras aquellas dulces palabras.
Las promesas de Juan Manuel fueron susurros, que el viento se llevó como: gratuidad en educación superior, más recursos para la universidad pública, llegar en 2018, al 1% de inversión en actividades de ciencia, tecnología e innovación, llegar al 60% de cobertura en educación superior, creación de la universidad del café, convertir ser pilo paga en una política de estado, aunque realmente esta última quizás no sea una buena idea. Es decir que en 8 años de gobierno no fue mucho lo que realmente se avanzó en materia de educación.
Actualmente Colombia tiene la obligación de seguir trabajando para lograr posicionarse como un país que cree en la educación y le apuesta a ella. Los resultados arrojado en las pruebas PISA (Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE) han sido una bofetada, pero definitivamente nos muestra que en algo estamos fallando que la educación impartida necesita mejoras de fondo, pero que el gobierno tiene que mostrar un apoyo verdadero, sincero y que la familia no puede desligarse de este proceso, es un trabajo mancomunado. Luchar por la educación es la obligación de un pueblo y este derecho no se puede dejar a la representatividad.
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