Tres de la mañana arrancó el lastre de mi tortura, tres de la mañana apagó las voces de mi cabeza aquellas que me roban la paz y azotan en desasosiego mi corazón, salgo hacia el leve bullicio que desaparece con el frío de la madrugada. Llegan las cuatro. preparó un té de menta, retiro mi maquillaje, retiro mi pesada ropa, me visto con harapos y me veo en el espejo. Ahí estoy en mi íntima soledad, me veo en el espejo deshojando los recuerdos de mis días como telarañas que entretejen con el tiempo.
Soy la muerte, soy la duda, soy el silencio, soy el vacío. Todos los días soy el dolor de mi pasado, frente al espejo, soy solo yo. Mis ojos observan el destierro en el corazón de un padre que ha creado panteones inmensos en el cerebro, donde no existen más que enterradas lágrimas, rabia y bocas que gritan amordazadas que ya no más. Existe un vigilante silencioso que durante el día y la noche cuida con recelo cada uno de los panteones como única arma de protección, carga consigo la pesada capa de la desconfianza, sus pasos son lentos no tienen prosa, no tienen alma, pero cerca en su ser hay una breve esperanza, una esperanza completamente desconocida.
Inhalo de la planta de la sabiduría, siento primero un inmenso dolor en mis fosas, lo hice mal, debo repetirlo, inhaló de nuevo, esta vez llega a mi cerebro y ¿cómo lo sé? por el dolor profundo que me genera y me obliga a patalear, siento unas ganas infinitas de vomitar, de hecho desearía hacerlo, pero no ocurre, solo muchos estornudos al tiempo lágrimas y así mi mente por fin logra suspenderse en el espacio, el tiempo se aletarga, mi mente procesa todo a lo que le huyo, mis dudas, lo que callo, lo que hiere, a lo que me enfrento para luego morir y renacer en este viaje espiritual de infinita sabiduría.
Al otro día me despierto aletargada, pero sin dudas me he enfrentado a la verdad y la madre que emana sabiduría me ha contado todo, los sueños de morir me revelaron el camino el cual al renacer mancho de superstición, no lo puedo ocultar, pero luego…
Al otro día me despierto aletargada, pero sin dudas me he enfrentado a la verdad y la madre que emana sabiduría me ha contado todo, los sueños de morir me revelaron el camino el cual al renacer mancho de superstición, no lo puedo ocultar, pero luego…
Tres de la mañana arrancó el lastre de mi tortura, tres de la mañana apagó las voces de mi cabeza aquellas que me roban la paz y azotan en desasosiego mi corazón, salgo hacia el leve bullicio que desaparece con el frío de la madrugada. Llegan las cuatro. preparó un té de menta, retiro mi maquillaje, retiro mi pesada ropa, me visto con harapos y me veo en el espejo. Ahí estoy en mi íntima soledad, me veo en el espejo deshojando los recuerdos de mis días como telarañas que entretejen con el tiempo.